Capítulo 13
Fix You
Dicen que la vida se mide por instantes, de esos en los que te quedas en blanco disfrutando de las risas o del llanto. Cuando tu mente le deja el protagonismo a lo ajeno y todo se ve más brillante, más vivo. Solo unas cuantas veces me he sentido así. Corriendo por el estacionamiento del hospital, siguiendo a Camila sin poder controlar la risa, fue uno de esos instantes.
Ambos entramos al coche al mismo tiempo y al cerrar las puertas me sentí en una burbuja de felicidad, por un momento nos habíamos olvidado de todo.
-Bueno ¿A dónde vamos?- le pregunté mientras intentaba regular mi respiración. Camila levantó las cejas en un gesto de sorpresa y comenzó a mover inquietamente su pierna derecha.
– Mmm… Buena pregunta ¿Sabes dónde me puedo hacer un tatuaje?- dijo un poco avergonzada.
-¿Estás segura que quieres hacer esto?- le pregunté.
-Sí, espera, no sé ¿Y si mi padre tiene razón? ¿Y si me arrepiento?- Su voz comenzaba a quebrarse.
-Si dejas que otras personas te impongan sus miedos nunca vas a vivir ¿Quieres hacerlo sí o no?- Al escuchar esto se quedó en silencio unos segundos, sacudió la cabeza y me besó.
-Tienes razón, sí quiero hacerlo. Creo que ya sé a dónde ir.
Condujimos hasta llegar al centro de la ciudad y muy pronto encontramos un lugar llamado “Tatudemia”. Al entrar, Camila me tomó de la mano. Su mano estaba sudorosa y fría, lo cual me llenó de ternura.
-Disculpe señor… Mmm me quiero hacer un tatuaje.- dijo Camila nerviosamente. El recepcionista que nos atendió tenía ambos brazos enteramente tatuados, además de una perforación en la ceja.
-Uy no, andan medio perdidos. Aquí vendemos trajes de baño.- Camila y yo nos volteamos a ver extrañados, de verdad parecía un lugar de tatuajes.
-Qué, ¿no conocen el sarcasmo hermanos? Chale… Siéntense, en 15 minutos te paso.- Al escuchar esto nos reímos incómodamente a pesar de ser demasiado tarde, y tomamos asiento.
-Oye, ni me has dicho qué es lo que te quieres tatuar.- dije intrigado.
-¿No? Es una palabra.- sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas y sin saber qué más hacer, la abracé.- Hace un año, acompañé a mi mamá al hospital para una consulta. Yo ni siquiera estaba poniendo atención a lo que decía el doctor hasta que me pidió que los dejara un momento a solas. Salí del consultorio queriendo saber qué estaba pasando, así que dejé la puerta entre abierta y me acerqué lo más que pude para alcanzar a escuchar. Al principio no entendí nada de lo que decían hasta que escuché a mi mamá llorando, el doctor le había dicho que no le quedaban más de dos o tres años de vida.- Con la voz cortada y lágrimas cayendo de sus mejillas, Camila continuó su historia. – Nunca le dije a nadie lo que escuché y creo que mi mamá tampoco, pero en silencio sentía que la oscuridad estaba llevándose pedacitos de mí. Entré en depresión y después de varios meses de dormir entre mis propias lágrimas; un día como cualquier otro, durante una clase presentaron la historia del budismo y me llamó la atención. Comencé a practicarlo y de todos los regalos que trajo a mi vida, la doctrina esencial de “la impermanencia”, la creencia de que nada es para siempre, fue la luz que necesitaba para salir de mi oscuridad. – dijo secándose las lágrimas. Yo estaba en estado de shock, esa misma palabra, esa misma creencia fue la que había sacado a mi familia del abismo unos años atrás.- Desde hace varios meses tenía la idea de tatuarme pero con todo lo que sucedió ayer, me di cuenta que es algo que necesito hacer antes de…- antes de que pudiera continuar la tomé en mis brazos y justo cuando estaba por besarla…
-Aaaayy, ternuritaaaas.- gritó el recepcionista.- Ya te toca Cenicienta.
Mientras Camila le explicaba el diseño que quería para su tatuaje, yo seguía en estado de shock. Creer que aquello había sido solamente una coincidencia era una estupidez, pero aceptar que no lo era, implicaba que probablemente estaba más loco que mi madre y lo peor… que ahora su locura comenzaba a parecerse mucho a la cordura.
-¿Todo bien?- me preguntó Camila.
-Todo perfecto.- respondí mientras le daba un beso en la frente.
El sonido de la máquina para tatuar sirvió como indicador de que no había vuelta atrás. Camila me tomó de la mano y mientras la tatuaban, la canción de “Fix you” comenzó a sonar en todo el establecimiento. Camila me volteó a ver con los ojos llenos de lágrimas y yo en silencio le di las gracias al universo.
Alejandra Hernández Aguirre
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