Capítulo 3
“La segunda caja”
Es graciosa la manera en la que la vida decide envolver sus regalos. A veces, nos entrega un regalo aparentemente enorme, con una envoltura preciosa y al abrirlo, nos sorprendemos al ver un cortaúñas o unos calcetines sucios. Otras veces nos entrega una caja abandonada, fea y llena de dolor; que al abrir nos sorprende con algo verdaderamente increíble.
Esta vez, me tocó recibir la segunda caja.
Me desperté en un hospital, con el dolor de cabeza más intenso que había tenido en toda mi vida. No me acordaba de nada y recordar dolía. La habitación estaba vacía pero se escuchaban risas a lo lejos. Inmediatamente reconocí la risa de mi madre.
Mi madre es la persona más peculiar que conozco. Desde pequeño me forzó a llamarla Viv, no mamá porque para ella, el nombre de madre se lo merecía únicamente la madre tierra. Siempre está al tanto del ciclo lunar y también de los movimientos de las constelaciones, es por eso que me llamo Mitra.
Mitra, según la mitología persa, es un dios mediador entre la luz y la oscuridad y es el símbolo de Tauro, mi signo zodiacal. Para ser sincero, a mí no me interesan esas cosas, pero mi madre sigue siendo mi madre; a pesar de que a veces me avergonzara un poco, o mucho.
Me quedé envuelto en mis pensamientos por unos minutos y para cuando volví a la realidad, estaba una chica frente a mi cama, viéndome. Al reconocer su cara volvió todo a mi mente ¡Camila! El pánico me invadió junto con un agudo dolor en la nuca. Seguro mi madre ya la había espantado.
– Hola. – dijo con la voz más dulce que había escuchado. – ¿Cómo te sientes?
– Antes de que pudiera responder, entró mi madre. Justo a tiempo para echar a perder el momento.
– ¡Mi bebé! Hijito, te he dicho muchas veces que no te pongas en riesgo durante las lunas llenas. ¡Son muy peligrosas! Y más cuando Júpiter se encuentra en libra.- dijo mi madre mientras me llenaba de besos por toda la cara.
– ¡Viv!- grité mientras la hacía a un lado- no me puse en riesgo. Fue un accidente y además, estoy bien.- volteé a ver a Camila que estaba intentando disimular su risa y no pude contener una carcajada, que dolió.
– Bueno, ahora que estás bien, creo que es mejor que los deje solos. Me siento muy culpable por lo que pasó, discúlpame de verdad Mitra ¿me dejas invitarte una pizza para recompensártelo? Ya cuando te sientas mejor, por supuesto.- mi timidez salió a la luz, casi literalmente, por mis cachetes. Me puse rojo como tomate.
– Camila, no tienes por qué sentirte culpable. Lo que pasó fue un accidente y claro que sí, pásame tu teléfono.- dije mientras intentaba parecer confiado. Mi mamá pareció notar mi actuación y soltó una risita.
– Ya me lo pasó a mí, mi rey. Muchas gracias Camilita hermosa.
– De nada señora, tú me avisas entonces Mitra. Hasta luego.- Salió de la habitación e inmediatamente sentí la mirada de mi madre.
– Creo que encontraste a alguien muy especial, hijo.
Alejandra Hernández Aguirre
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