Capítulo 14
Todos tenemos algo ajeno
Hace varios años, mi madre y yo decidimos hacer un viaje por carretera. En una de nuestras numerosas paradas, terminamos varados en una playa virgen ubicada en las costas de Nayarit. Mi madre se quedó enamorada del color que el océano tenía en ese lugar por lo que nos quedamos acampando tres días.
En el tercer día decidí explicarle a mi madre que ese color que tanto la enamoró, en realidad le pertenecía al cielo, al cual nunca volteó a ver. Mi madre extrañada me pidió una explicación.
Mira Viv, toma un poco de agua de mar con la mano ¿es azul?
-No.- respondió mi madre.
-El mar no es azul por su agua ni por sus algas, es azul porque refleja el color del cielo.- mi madre, asombrada, volteó a ver el cielo y se quedó admirándolo en silencio; después de unos minutos, juré que le había roto el corazón.
-¿Qué pasa, Viv?- pregunté consternado.
-Todos tenemos algo ajeno hijo, hasta el océano le robó su color al cielo.- dijo mi madre. De vez en cuando se sacaba pedacitos de sabiduría de la manga.
-¿Tú que tienes que sea mío?
-Tú fuerza, mi amor.- dijo acariciándome la cara.
-¿Y yo? ¿Qué tengo tuyo?- pregunté.
-Pues mi inteligencia, mi buen humor, mi belleza, mi sencillez, mi precioso cutis y ¡mi juventud! Gracias a ti me estoy quedando anciana ¡ratero!- dijo entre risas mientras me lanzaba un montón de arena a la cabeza.
…
Desperté con un fuerte zumbido en el oído, tan fuerte que hasta pensé que quizás mi sordez se había adelantado. Después de 15 minutos de sufrimiento, como pude, le llamé a mi madre:
-¡Que milagro que te acuerdas de la mujer que te trajo a la tierra!- contestó mi madre.
-Viv ¿puedes venir?- dije apenas pudiendo controlar el dolor, sentía que me iban a explotar los oídos.
-Voy para allá, bebé.- dijo y colgó.
Mientras esperaba a mi madre, intenté ir a la cocina para servirme un vaso con agua pero sentía como si estuviera aprendiendo a caminar otra vez, no tenía equilibrio y cada paso que daba era un reto. Había pasado una hora y sabía que mi madre se tardaría, mínimo, una hora más. Me quería arrancar los oídos, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para que el zumbido se detuviera, así que; sin saber qué hacer, le llamé a Camila:
-Hola Mitra.- contestó
-Cam, te necesito.- dije sin saber si estaba gritando o hablando muy despacio.
-¿Qué pasó? ¿Dónde estás?- dijo preocupada
-En mi casa.
-No me tardo.- dijo
Diez minutos después Camila estaba afuera de mi casa, el timbre había causado una extraña sensación en mis oídos. El zumbido estaba disminuyendo de intensidad y por fin, me daba espacio para pensar, pero ese espacio lo único que generó fue pánico. Camila no sabía nada de mi oído y no quería que supiera.
Abrí la puerta intentando disimular que no pasaba nada.
-Hola Cam- dije con una falsa tranquilidad.
-¿Qué pasó? Sonabas muy extraño en el teléfono.- mientras Camila hablaba sentía como retumbaban mis oídos.
– Pensé que alguien se había metido a la casa, pero era un gatito. Lo siento.- Mentí.
– No te creo nada, dime qué está pasando.- Al decir esto Camila caminó hacía mí y accidentalmente puso su pie contra el mío haciendo que perdiera el equilibrio y me callera al piso, lo que provocó que el zumbido volviera.
– ¡Mitra! ¿Qué tienes?- Entre el zumbido y el mareo no pude responder nada por unos segundos.
-¿Qué puedo hacer?- insistió.
-Acuéstate conmigo en el piso un rato.- estuvimos 20 minutos acostados sin decir ni una palabra, poco a poco iba sintiendo que volvía a la normalidad, todo estaba mucho más tranquilo hasta que llegó mi madre.
Camila abrió la puerta y al verla mi madre se olvidó de mi existencia.
-¡Camilita! Que linda sorpresa ¿Cómo estás?- dijo mi madre emocionada.
-Pues, yo bien señora pero su hijo no tanto.
-Ay si es cierto, bebé ¿Qué haces en el piso, mi amor? ¿Tu oído?- dijo agachándose hacia mí y yo asentí.
-Vamos con el doctor, mi amor.- Camila se acercó a mi extrañada y comenzó a acariciarme el cabello con su mano recientemente tatuada.- Camilita ¿Te tatuaste?- le preguntó mi madre.
-Si señora, y me castigaron por toda la vida también.- dijo Camila entre risas.
-¿Qué dice?- preguntó mi madre.
-Impermanencia- respondió Camila. Los ojos de mi madre comenzaron a llenarse de lágrimas y para disimular, caminó hacía la cocina.
-Todos tenemos algo ajeno.- dijo como para sí misma. Camila volteó a verme y con tan sólo ver su mirada supuse que muy pronto tendría que decirle la verdad.
-Mitra ¿Qué pasa con tu oído?
Alejandra Hernández Aguirre
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