Capítulo 15
La verdad
Cuando era pequeño, mi padre me solía leer “El principito” por las noches y siempre me decía que entre sus páginas se escondían mil tesoros.
Buscando encontrar esos valiosos tesoros, en cuanto me quedaba solo, sacudía fuertemente el libro esperando que se cayera alguna moneda, lo cual nunca sucedió. Sin embargo, mientras fui creciendo, los tesoros fueron apareciendo en pequeñas frases, mucho más valiosas que unas cuantas monedas.
Cuando Camila me preguntó acerca de mi oído, mi mente se teletransportó a una de aquellas noches de lectura con mi padre:
-“Adiós —dijo el zorro—. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.” Es todo por hoy capitán, a dormir se ha dicho.- dijo mi padre mientras me envolvía entre las sábanas.
-Pero, ¿Cómo?- dije intrigado.
-Mira hijo, si algún día me quedo ciego ¿Me seguirías queriendo?- dijo mi padre.
-Sí papi.- contesté.
-¿Y crees que yo necesitaría ver para sentir tu amor?- preguntó.
-Mmm pues no porque te podría dar besos y abrazos o decirte cosas bonitas.- dije emocionado.
-Exacto, eso es a lo que se refiere el libro hijo. Para amar no necesitas ningún sentido.
…
-Mitra, contéstame. Estás en otro mundo ¿Qué pasa con tu oído?- dijo Camila viéndome fijamente a los ojos. Me sentía atrapado, tenía que decirle pero el miedo al rechazo me perseguía. Finalmente, sin encontrar otra salida, respondí.
-Cuando tuvimos el accidente, el doctor pensó que era mejor hacerme una resonancia magnética para verificar que no tuviera alguna contusión. Al día siguiente me dijo que el trauma del accidente no había causado ningún daño cerebral.
-¡Gracias a Dios!- interrumpió Camila esperanzada.
-Pero…-dije mientras se me llenaban los ojos de lágrimas.- gracias a la resonancia, identificaron un tumor benigno ubicado en el nervio vestibular.
-¿Qué significa eso?- preguntó Camila asustada.
-Pues, significa que…-sentí que una lagrima comenzó a caer por mi mejilla.- Muy pronto me voy a quedar sordo.- Camila se quedó callada unos segundos, con una expresión de sorpresa absoluta.
-No tienes que decir nada.- dije mientras comenzaba a escuchar el zumbido de nuevo. Había olvidado que mi madre estaba incómodamente parada en la cocina, volteé a verla y la descubrí mirándonos con los mismos ojos que pone al ver su novela favorita.
-Viv…- dije con una mirada de desaprobación.
-¡Ay! Bebé, me asustaste ¿Vamos al doctor?- dijo intentando disimular su interés en nuestra conversación.
-Vamos.- respondí.- Cam, perdón por hacerte venir hasta acá.
-¿De qué hablas, tonto? Yo los acompaño. Siempre me ha interesado aprender lenguaje de señas.- dijo guiñándome el ojo. Sentí como toda mi cara se iluminó, la tomé por el cuello y le di un beso, otra vez olvidando la presencia de mi madre…
-¡Bravo!- gritó Viv dando unos aplausitos.
Alejandra Hernández Aguirre
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