Serendipia | Capítulo 11: Impermanencia

Capítulo 11

Impermanencia

Tras la muerte de mi padre, mi madre entró en una profunda depresión. Pasaba días enteros en la cama, y cuando por fin se levantaba, parecía que alguien se hubiese robado todo el brillo de sus ojos. Después de unas cuantas semanas comenzó a adelgazar, haciendo que su clavícula y pómulos resaltaran. Todos intentábamos ayudarla pero ella parecía disfrutar de estar cavando su propia tumba.

Después de dos meses, en una de sus escasas salidas al exterior, descubrió un libro: El poder del ahora de Eckhart Tolle. Mientras lo leía, poco a poco volvía a iluminarse su mirada, comenzó a meditar y a sonreír en lugar de llorar al ver las fotos de mi padre. Cuando lo terminó me dijo que quería que la acompañara al cementerio así que, sin hacer muchas preguntas, obedecí.

Al llegar a la tumba de mi padre, en la que se encontraban unas cuantas flores marchitas, me eché a llorar; mi madre comenzó a acariciarme el cabello suavemente y después de unos minutos, me pidió que me pusiera de pie. Mientras me levantaba mi madre sacó una hoja de papel que tenía en su bolso y comenzó a leer.

“Flavio:
Estamos aquí el día de hoy por el amor que te tenemos Mitra y yo. No te imaginas cuanto sufrimos tu perdida, cuanto la seguimos sufriendo. Sin embargo, hace poco logré entender que nada en esta vida es para siempre, ni siquiera las personas que más amamos. Pero eso, exactamente eso, es también una razón para alegrarnos: la impermanencia hace que todo sea inmensamente sagrado. Tu eres santo, mi amor y es por esto que en lugar de continuar con mi sufrimiento, voy a hacer de mi vida tu altar. Me voy a llenar de colores, música y alegría hasta que los pájaros se quieran posar en mi y cuando por fin, sea el día de volver a estar a tu lado, sonrías conmigo y seas feliz.
Descansa mientras puedas de mi presencia, mi amor. Te amamos”

Con las manos sudadas, salí de mi casa para dirigirme hacia la Ofelia Bistro, donde quedé de encontrarme con Camila y sus padres. Al llegar, la elegancia del sitio me abrumó. Torpemente intenté buscar estacionamiento mientras el valet parking me perseguía, cuando finalmente me detuve, un hombre trajeado me abrió la puerta del coche y me indicó donde estaba la entrada. Una bella anfitriona me recibió.

-Buenas noches señor ¿Ya lo esperan?- dijo sujetando un pequeño y elegante cuadernito.
-Buenas noches… eee, no estoy seguro.- Contesté nervioso.
-¿Tiene reservación?
-Mmm… ¿Familia Garza?
La recepcionista exclamó sorprendida.-Viene con los Garza, discúlpeme señor, debí de haberlo sabido. Aún no han llegado pero permítame acompañarlo a su mesa.
Llegamos a una mesa adornada con velas y champaña en el segundo piso del restaurante.
-Con su permiso, me retiro. Enseguida viene su mesero.

Por unos minutos me dediqué a admirar el lugar, hasta que escuche una voz conocida.

-Papá, es mi cuerpo, yo decido que hacer con él…
-Camila, lo discutiremos luego.- contestó una voz firmemente.

Al voltear, pude ver a Camila caminando hacia la mesa con los brazos cruzados, usando un vestido rojo que me quitó el aliento; a su derecha se encontraba un hombre alto de cabello rubio sosteniendo con su brazo izquierdo a una mujer de piel blanca y cabello castaño que parecía tener dificultades para caminar. Me paré de golpe haciendo que se sacudiera la mesa.

-Buenas noches.- dije nervioso.
-Buenas noches Mitra, mucho gusto.- dijo el hombre de cabello rubio mientras estrechaba mi mano.- Mi nombre es –Sebastián, soy el papá de Camila.
-El gusto es mío, señor.
-Ella es mi esposa María.- la madre de Camila sonrió tímidamente.- Un placer Mitra.- Sus temblores la sacudían fuertemente en todo momento y era obvio que le costaba mantenerse de pie.
-¿Nos sentamos?- dijo Camila tomándome de la mano, provocando un repentino cosquilleo en todo mi cuerpo.

Tomamos asiento y dos meseros estaban listos para atendernos. La carta estaba en francés y no decía los precios por lo que elegí un platillo al azar.
-A mí me das el Teeee…terrine de fo…mmm de fo.- mis 2 años en la clase de francés de la preparatoria habían sido inútiles.
– ¿Le Terrine de foie-gras, monseur?
– Ándele, ese.- dije avergonzado.
– Con que te gustan los sabores fuertes.- dijo el papá de Camila.
-Eee… Sí señor, supongo.
-Bien. A nosotros nos das lo de siempre gaston, s’il te plaît.
-Enseguida señor Garza.- contestó el mesero.
-Mitra, qué opinas de los tatuajes.- dijo Camila repentinamente.
– Camila ¿no podemos cenar en paz?- exclamó su padre enojado.
-Estoy pidiéndole a Mitra su opinión nada más.
– Entonces Mitra, dime.- Era una trampa, cualquier respuesta iba a estar mal.
– Pues, creo es una decisión personal que no se puede tomar a la ligera…
– ¡VES!- gritaron los dos al mismo tiempo.
-Dijo que es una decisión personal.-dijo Camila.
-Dijo que no se puede tomar a la ligera.-dijo su papá.
-¡No me lo estoy tomando a la ligera papá!
-Hija, he hecho cirugías para quitarle a la gente sus “tatuajitos” ¡porque se arrepienten! Todo mundo me dice que es algo que arruinó gran parte de su futuro.
-¡Papá.. ¿Mami? ¿Qué tienes mami?- La madre de Camila estaba morada, parecía que no podía respirar. Sin embargo no tosía ni luchaba por volver a llenar sus pulmones de aire, hasta que unos segundos después, cayó al suelo.
-¡María!- gritó el papá de Camila.

 

Alejandra Hernández Aguirre
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