Tengo mis propias inseguridades, más de las que puedo contar con los dedos de mis manos, más de las que me gusta admitir. Con facilidad olvido que mi cuerpo es un cuerpo de amor que lucha en conjunto para enfrentar cada día. Se me hace fácil juzgar todas sus debilidades y me es enormemente difícil reconocer sus logros, me cuesta reconocer que funciona bien a pesar de todos los malos tratos.
Suelo insultarlo a diario, llamarlo “feo”, “débil”, “inútil” tantas veces al día que a veces suelo olvidar por completo que realmente tiene una función. Con facilidad olvido que si no fuera por él y de la manera en que es, no podría disfrutar de las cosas que más me gustan en la vida, pero en el instante en que recuerdo todas aquellas actividades que amo y agradezco ser quien soy, mi cuerpo brilla, mis ojos relucen, mi piel se ve viva, mis manos trabajan, mis pies desean moverse y mi corazón va a mil por hora.
Justo en ese momento es que me encuentro más hermosa. Hay un brillo que ninguna persona puede negar ¿Qué pasaría si nuestro cuerpo se convirtiera en una de esas cosas amadas? ¿Qué pasaría si nuestro cuerpo se convierte en nuestra cosa favorita en el mundo? Brillaríamos eternamente. Resplandeceríamos por amor y alegría y seríamos la versión más bella de nosotros mismos, con oro en nuestros ojos y brillo en la sonrisa. Con buena vibra que movería al planeta entero. La versión más pura y más bella de nosotros mismos. La vida es más fácil sin complejos y más bonita también.
Me veo más guapa cuando reconozco que mi cuerpo es una maquina de hacer deseos, con la capacidad de realizar lo que más anhelo. Y cuando le susurro gracias, este me responde con una sonrisa y una felicidad que emerge por cada uno de mis poros. Definitivamente soy más guapa cuando acepto que la piel en la que me toco es justo la que necesitaba.