Soy mujer, tengo 30 años y he decidido no tener hijos

Al día de hoy, la población mundial asciende a más de 7 mil millones de personas. Según cálculos de la ONU, para el 2050, esta cifra casi alcanzará los 10 mil millones. El planeta no se vuelve más grande, y los recursos cada vez son más escasos. Entonces ¿Por qué aún se sigue viendo mal a quienes no participan de esta sobre población?

Soy mujer y tengo 30 años. Vivo, junto con otros más de 21 millones de habitantes, en la Ciudad de México, una de las más pobladas del mundo. Tomé la decisión de no reproducirme hace ya algún tiempo. No contaré la historia de la niña que nunca jugaba a ser mamá con sus muñecas, porque sería mentira. Tampoco diré que lo decidí por haber vivido una infancia llena de carencias, porque al ser la hija única de una mujer trabajadora que siempre me dio lo mejor, también estaría mintiendo. No voy a hacer un relato de decepciones amorosas que me han dejado dolida y resentida, porque eso no sería verdad. Que yo sepa (porque nunca he tenido la necesidad de someterme a estudios médicos que lo comprueben), no soy estéril. No odio a los niños; por el contrario, tengo sobrinos, tanto por parte de mi familia, como hijos de mis amigos, a los que adoro y siento un enorme respeto por la niñez.

Mientras escribo estas líneas, la Ciudad de México se encuentra sumida en la peor contingencia ambiental en catorce años, el peso mexicano ha estado atravesando por una de las peores devaluaciones de las últimas décadas, hay millones de niños con desnutrición o viviendo en la calle, y otros tantos bien alimentados y viviendo en casas lujosas siendo criados por la televisión o una niñera ante la ineptitud de sus padres. Da lo mismo decir que estoy en México o en cualquier otro lugar, porque la situación es prácticamente igual para todo el mundo, a excepción de algunos pocos países en Europa donde no se están enfrentando con el terrible problema de la sobrepoblación, así que siendo realistas es un problema global. Es por esto que me atrevo a contradecir a aquellos que me llaman egoísta por no querer tener hijos; soy de hecho, todo lo opuesto.

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Cuando vuelves público el haber elegido el estilo de vida “libre de hijos” te enfrentas a los prejuicios de gente que no te conoce, pero también de tus amigos e incluso de tu propia familia. En mi caso, a la fecha sigue siendo un tema que pone muy incómoda a mi mamá, mis tíos me preguntan quién va a cuidar de mí cuando esté vieja y algunos de mis amigos dicen que con el tiempo recapacitaré y los tendré. En realidad, no sé si esta elección sea permanente, porque está en la naturaleza humana el cambiar de opinión; de lo que estoy absolutamente segura es que en el remoto caso de algún día querer tener niños, estos serán adoptados, porque desgraciadamente todavía hay mucha gente que no entiende que además de que el planeta está sufriendo y la economía se pone cada vez peor, el hecho de convertirse en padres no debe ser una responsabilidad tomada a la ligera.

Es muy curioso cuando la gente con hijos se siente agredida por los que hemos elegido no tener, y si se ponen a pensar, deberían sentirse aliviados; gracias a que los que hemos decidido decir no a la reproducción, sus hijos tendrán menos competencia laboral, respirarán un aire más puro, harán menos fila en el banco, irán menos apretados en el metro. La postura de los chidfree no es juzgar a las familias, o ver a los niños como monstruos que sólo lloran y defecan, porque a fin de cuentas todos fuimos niños alguna vez, así que sería absurdo tomar esta posición; por el contrario, este estilo de vida apoya la planificación, es decir, evitar a toda costa los embarazos no deseados, que frecuentemente derivan en núcleos familiares disfuncionales e inclusive violentos. La decisión es personal, pero es mil veces preferible un niño planeado y deseado, que uno que no lo fue.

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La Ley General de los Derechos de los Niños en su artículo VII indica que niños y adolescentes tienen derecho a vivir en un medio ambiente sano y sustentable, y en condiciones que permitan su desarrollo, bienestar, crecimiento saludable y armonioso, tanto físico como mental, material, espiritual, ético, cultural y social. Y no debería de ser de otra manera, entonces, lo que no es entendible es cómo existe gente dispuesta a traer más personas al mundo cuando no cuenta con los recursos económicos, el tiempo, la paciencia o el amor necesarios para que éstas se desarrollen integralmente. Todo esto desemboca, en el panorama menos dramático, en seres infelices, mal nutridos, mal educados y que en la mayoría de los casos, no tendrán oportunidades reales de triunfar en la vida; y en el peor de los escenarios, terminarán desarrollando enfermedades, sociopatías, adicciones e incluso pueden llegar a convertirse en sujetos peligrosos y hasta en delincuentes.

Al final del día, cada quien tiene la vida que prefiere tener y uno no busca convencer a todo el mundo para que dejen de reproducirse, porque tampoco queremos extinguir a toda la raza humana y es evidente que siempre será necesario que alguien lo haga, pero sí habría que concientizar a mucha gente y hacerles entender que se puede tener una vida plena y satisfactoria sin niños en la fotografía, que un legado no necesariamente debe ser sanguíneo, que puedes elegir trabajar, viajar y divertirte sin estar cuidando a pequeñas réplicas tuyas, y que es válido elegir vivir de esta manera sin convertirse en un amargado; que nadie garantiza que el hecho de que porque otros seres compartan tu ADN y tu apellido va a haber quien cuide de ti cuando estés viejo y enfermo, y tampoco el que nadie comparta estas cosas significa que cuando te llegue la hora vas a estar solo.

Vía: LibreDeHijos.co