Serendipia | Capítulo final: Pequeños detalles

Capítulo 18

“Pequeños detalles”

Es gracioso como a veces lo inimaginable se torna cotidiano. Nunca imaginé que aprendería lengua de señas, mucho menos que aprendería de la mano de mi novia, literalmente; pero heme aquí, con un nuevo nombre, una nueva manera de comunicarme y sobre todo, una nueva vida.

Miré a Camila, estaba frunciendo el ceño intentando mover sus manos tan rápido como lo hacía nuestra maestra, al darse cuenta que la estaba mirando, enrojeció. “Pon atención” dijo en lengua de señas, “Eso intento” respondí verbalmente, ella rió.

La clase de lengua de señas generalmente era una tortura. Nuestra maestra, una ancianita llamada Caterina, a los 85 años sabía mover los dedos mejor que un guitarrista profesional. Caterina se quedó sorda a los 23 años, por un accidente automovilístico, sabía leer los labios y hablaba bastante bien pero su especialidad era comunicarse con las manos.

– Silencio.- dijo Caterina moviendo la mano derecha hasta sus labios. Asustado, intenté responder en lengua de señas y tras un movimiento bastante torpe, fracasé.

– Paciencia.- dijo Camila mientras acariciaba mi espalda.

Al terminar la clase, Camila y yo nos dirigimos al hospital. Su madre seguía internada y seguido la acompañaba a visitarla, ella siempre estaba ansiosa por escuchar todo lo que habíamos aprendido en clase. Dos semanas antes había ido a decirle que pronto me quedaría sordo y sonriendo me dijo “Lo más importante es que ames y cuides a mi bebé Mitra, lo demás es secundario”.

– Y entonces ¿Cómo les fue?- dijo María mientras nos hacía espacio en su cama.

– Muy bien, Ma. Mitra casi se queda dormido… ¡Otra vez!- dijo Camila sacándome la lengua, yo la empujé.

– ¡No es cierto!- respondí convirtiendo mi empujón en un abrazo. Su madre rió.

– Tranquilos niños, tien…- Repentinamente comencé a escuchar mis propios latidos más que sus voces. Alcanzaba a escuchar apenas un murmuro de lo que decían y en unos pocos segundos, el sonido se apagó. Extrañamente, no fue el momento triste que tanto estaba esperando. El mundo simplemente cambió, por primera vez estaba apreciando pequeños detalles, pequeños pero importantes detalles; como las largas pestañas de Camila, la luz que entraba a la habitación atravesando las cortinas, el suave movimiento de los árboles, la vibración del piso y las pequeñas arrugas que se dibujan en la cara de la madre de Camila cuando sonreía. Perdido en este nuevo mundo, tardé en darme cuenta que Camila y su madre me estaban mirando, Camila lloraba y su madre dulcemente sonreía.

Mi madre estaba tomando un curso en línea de lengua de señas cuando recibió la noticia por parte de Camila, inmediatamente empezó a empacar todas sus cosas, olvidándose de Jeff, de sus gatos y de su vida en Colima. En menos de dos horas estaba afuera de mi departamento con una maleta gigantesca.

– Bebé.- dijo mi madre en lengua de señas.- Todo va a estar bien.- Mis ojos se llenaron de lágrimas. A pesar de su locura, mi madre era la única que sabía exactamente como hacerme sentir mejor.

– Yo sé.- respondí buscando sumergirme en sus brazos. Tras un abrazo que se sintió más como un respiro, tomé la maleta de mi madre y la llevé hasta la habitación de invitados. Mientras la veía desempacar, me di cuenta que en su maleta había suficiente ropa como para quedarse varios meses. Entre señas y miradas intenté comunicárselo y finalmente después de un incómodo intercambio de mal entendidos, respondió “Yo sé, planeo quedarme un buen rato”.

Al día siguiente le pedí a Camila que me acompañara a la universidad para explicarle a la coordinadora de la carrera lo que había sucedido. Era extraño no saber si mis pasos hacían mucho ruido o poco pero Camila me hacía entender constantemente con la mirada que todo estaba bien.

Justo cuando estábamos por llegar a la oficina nos topamos con el árbol 357, se me puso la piel de gallina al repasar todos los eventos que había vivido en estas últimas semanas gracias a una pequeña coincidencia, a una pequeña travesura del destino. Ambos nos volteamos a ver al mismo tiempo y después de unas cuantas risas, nos besamos.

– Te amo.- le dije al oído.

– Te amo.- respondió con sus manos.

Fin.

 

Alejandra Hernández Aguirre
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