Algún día, cuando mis hijos sean suficientemente grandes para entender la lógica que motiva a las madres, les diré:
Te amé lo suficiente como para preguntarte a dónde ibas, con quién ibas, y a qué hora regresarías a la casa.
Te amé lo suficiente como para insistir en que ahorraras dinero para comprarte una bicicleta, aunque nosotros tus padres pudiéramos comprarte una.
Te amé lo suficiente como para callarme y dejarte descubrir que tu nuevo y mejor amigo era un patán.
Te amé lo suficiente como para fastidiarte y estar encima de ti durante dos horas mientras arreglabas tu cuarto, un trabajo que me hubiese tomado a mí sólo 15 minutos.
Te amé lo suficiente como para dejarte ver mi ira, desilusión y lágrimas en mis ojos. Los hijos también deben entender que no somos perfectas.
Te amé lo suficiente como para dejar que asumieras la responsabilidad de tus acciones, aunque los castigos eran tan duros que rompían mi corazón.
Pero sobre todo, te amé lo suficiente como para decirte que NO cuando sabía que me ibas a odiar por ello.
Esas fueron las batallas más difíciles para mí.
Pero estoy contenta por haberlas ganado, porque al final, también las ganaste tú.
Y algún día, cuando tus hijos sean suficientemente grandes para entender la lógica que motiva a los padres, tu les dirás: “Te amé lo suficiente como para hacer todo lo que hice por ti”.
La vida, te devuelve todo lo que dices o haces.
Nuestra vida es simplemente un reflejo de nuestras acciones.
Si deseas más amor en el mundo, crea más amor a tu alrededor.
Si deseas felicidad, da felicidad a los que te rodean.
Si quieres una sonrisa en el alma, da una sonrisa al alma de los que conoces.
Esta relación se aplica a todos los aspectos de la vida.
La vida te dará de regreso, exactamente aquello que has dado.
Tu vida no es una coincidencia, es un reflejo de ti.
Alguien dijo, si no te gusta lo que recibes, revisa muy bien lo que estás dando.