Quizás para alguien que viene de familia con apellido de telenovela, un millón no sea nada. Pero yo no vengo de cuna de oro. Vengo de una casa donde tener un cuarto propio ya era lujo. No tenía maestrías en el extranjero ni papás que me regalaran un coche al graduarme.
Lo que sí tenía era hambre. Hambre de libertad. Hambre de no volver a pedir prestado ni para las toallas femeninas y para no hacerte el cuento largo: no empecé queriendo ser millonaria, yo solo quería dejar de pedirle dinero a mis papás, poder pagarme un departamento, comer algo más que sopas instantáneas. Ser libre!!!!!!!!!!!!!
Y NO, no fue vendiendo uñas ni haciendo postres en frascos
Sí pasé por MUCHOS trabajos de esos. Fui mesera, vendedora, manicurista etc etc y si no lo voy a negar, todo me sirvió: aprendí a hablar con clientes, a improvisar, a vender. Pero algo dentro de mí me decía: “Esto no es lo tuyo. No viniste al mundo a limar cutículas.”
Mi momento de quiebre fue también mi momento de suerte
Recién estaba terminando una relación de 7 años y una amiga me vio mega decaída. Me invitaba a su casa para platicar de su boda y un día me dijo: “No tengo para wedding planner, ¿me ayudas tú?” Y así empezó todo.
Me obsesioné con la boda para quitarme a mi ex de la cabeza y ya te imaginarás… me metí en TikTok, Pinterest, blogs de señoras gringas. Aprendí hasta los detalles más tontos, “como hacer un repelente para mosquitos que huela rico” (por si se casaba en algún lugar boscoso).
Y adivina qué: entre tantas desveladas, al fin sentí que había logrado algo. Ese día de la boda fue un éxito. Lloró la novia. Lloraron los invitados. Lloré yo… (pero del cansancio) Nadie se quejó de nada, tanto que todavía se sigue hablando de aquella ocasión.
Y como era de esperarse… me enamoré de organizar bodas y del billete que dejan!!!
No te voy a mentir: al principio no me pagaban como deberían. Pero subí fotos y videos a redes, conté mi experiencia, la exp de la novia y de los invitados… y de repente… BOOOM!!! más morras me empezaron a contactar: “Oye, tú organizaste la boda de Sofi, ¿me puedes ayudar con la mía?” Y ahí empezó el chisme bueno. No es que las bodas me cayeran cada semana (ojalá). Pero no me iba a quedar esperando a que alguien se casara, me diversifiqué:
Vendía experiencias para extranjeros, cumpleaños y baby showers
Hacía sesiones en pueblos mágicos, escapadas románticas, hasta despedidas de soltera con retiro espiritual. Empecé a conocer gente de dinero, chefs privados, fotógrafos, floristas… y sin darme cuenta, ya estaba armando todo un ecosistema de servicios premium.
¿Y cuándo llegó mi primer millón?
No fue de golpe. Fue por acumulación. Por no rendirme. Por hacer lo que me gustaba y profesionalizarlo. Un día abrí Excel (ese que me daba ansiedad) y vi que entre bodas, viajes, paquetes, colaboraciones y servicios, ya había ganado más de 1 millón de pesos en total. Casi me hago pipí del susto y de la emoción.
Pero hey, alto ahí…
Tú no tienes que hacer lo mismo. A mí me funcionó porque me gustaban las bodas desde niña, tuve suerte de que me obsesioné, me enfoqué y me divertí en el proceso. Lo importante es que te lances. Que empieces con lo que tienes. Que no esperes el momento perfecto porque ese… no existe.
Lecciones rápidas que nadie me dijo (pero que ojalá tú sí escuches)
- No necesitas tenerlo todo resuelto. Solo empieza.
- Tu carrera no define tu futuro. Tu creatividad sí.
- El networking puede más que el CV.
- Haz lo que amas. Pero hazlo con estrategia.
- Aprende a cobrar. Sin pena. Con impuestos. Con contrato.
El verdadero hack: tu mente
No, no te voy a decir que repitas mantras frente al espejo ni que compres cuarzos, pero sí algo aprendí: tu mente no distingue entre lo que imaginas y lo que vives. ¿Nunca te ha pasado que piensas en un limón y se te hace agua la boca?
Pues igualito es cuando piensas “me va a ir mal”… Tu cuerpo lo cree. Tu mente se prepara. Y la cagas antes de empezar.
¿La solución?
Cuando pienses “¿y si me va mal?”, cámbialo por un: ¿Y si me hago millonaria? ¿Y si lo intento y me sale mejor de lo que imaginé? Sí, todo puede fallar. Pero también todo puede salir bien.
Y créeme que duele más no haberlo intentado que intentarlo.