Capítulo 4
“Santa no existe”
Recuerdo la primera vez que unas palabras tuvieron el impacto suficiente para cambiar mi vida. Fue cuando tenía 7 años, el día después de navidad.
Mis primos, que son más grandes que yo, comenzaron a molestarme con el hecho de que todavía creía en Santa Claus, enojado y buscando una fuente de información confiable, me dirigí a mi papá. Llegué a sus piernas llorando, con todos mis primos detrás de mí.
– Papi, dicen que Santa no existe.- mi padre era un experto entendiendo lo que decía mientras lloraba.
Con una mirada ahuyentó a todos mis primos y, lleno de ternura, comenzó a acariciarme el cabello.
– ¿Quieres ir a los columpios conmigo, hijo?
De la mano, nos dirigimos hacia el patio, en donde mientras me columpiaba, me confesó que Santa Claus no existía. Lloré por mucho tiempo, recuerdo haber sentido mis lágrimas resbalarse más rápido de lo normal por la velocidad del columpio y cuando por fin dejé de llorar, supe que iba a estar bien.
– Entonces ¿si no era Santa, quién me daba los regalos?
El doctor entró a la habitación interrumpiendo la historia del accidente.
– Entonces la persona que les chocó huyó y tú estuviste inconsciente toda la noche. Cuando yo entré, Camilita estaba toda retorcida en esa silla, yo creo que por dormir ahí quedó más jodida que tú, fácil.
El doctor sonrió al escuchar lo que estaba diciendo mi madre pero no se le borró la cara de preocupación.
– Me acaban de dar los resultados de tu resonancia magnética. El trauma del accidente no causó ningún daño cerebral, pero gracias a la resonancia, logramos identificar un tumor benigno ubicado en el nervio vestibular.
– ¿Eso qué significa, doctor?- pregunté mientras le tomaba la mano a mi madre, ambos estábamos sudando.
– Es muy probable que comiences a perder el oído.
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Alejandra Hernández Aguirre
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