Creo que no me equivoco al decir que todas en algún momento de nuestra infancia, fuimos felices dentro de una alberca llena de pelotas de colores. Era como sumergirte en un mar de sueños y de posibilidades infinitas. Muy pocas tuvieron su propia alberca en casa y absolutamente nadie tuvo una completamente personalizada como la que Stormi posee.
Resulta que Stormi jamás tendrá que sumergirse en una alberca de pelotas llenas de bacterias, virus, olor a pies y baba de niños ajenos, ella tiene una totalmente hecha a la medida.
En primera, está forrada de un terciopelo que ya quisiera yo para un abrigo; y en segunda, sus pelotitas son rosas y no decolores chillantes que te dejan ciego cuando eres un crío. Vaya suerte la suya.