Mi amiga era de esas niñas lindas que no sabían que eran lindas porque ya le habían taladrado la cabeza con burlas. Pero se toparon con su peor error:
yo con tiempo libre y ganas de venganza.
1. Le cambié el look, no la esencia
No necesitaba Gucci, solo verse como lo que ya era: una diosa Gloss, faldas que giran y ese perfume que dice “me vas a mirar, aunque no quieras”.
2. Le enseñé a responder como finalista de reality
—“¿Eso fue en serio o nomás te proyectaste?”
—“Sorry, no escucho críticas de gente con autoestima en oferta.”
Y boom. Silencio incómodo. Jaque mate.
3. Le cambiamos la energía de víctima a protagonista
Ya no pedía permiso para hablar, sentarse o reírse. Ahora entraba y hasta el aire cambiaba. El profe la pelaba más que a la tarea.
4. Nos burlamos… pero desde la cima
Las bullies seguían con su show de inseguridad disfrazada de sarcasmo. Nosotras, comiendo papas y viéndolas como quien ve un TikTok que da pena ajena.
5. Le dimos presencia
Postura recta, mirada fija y cero disculpas por existir. Porque nadie pisa a quien no se arrastra.
6. Le hicimos un moodboard de venganza estética
Pinterest fue nuestra terapeuta. Armamos su tablero con vibes de “chica que ya no se deja” y outfits que gritan “no soy la misma mensa de antes”. Inspiración visual = motivación diaria. Y sí, lo imprimimos y lo pegó en su espejo. Ritual de poder.
7. Le abrí su playlist de perr4 en construcción
Nada de baladas tristes. Le armé una lista con Karol G, Bad Gyal, Tokischa, algo de Miley y un poco de Shakira despechada. Porque para salir del hoyo, se necesita ritmo. Y reggaetón con coraje.
9. Le propuse una cita con ella misma
Un día fuimos a una cafetería y le dije: “Haz como que eres tu crush. Mírate bien, háblate bonito, págate un pastel”. Se rió, pero lo hizo. Y entendió que no necesita validación externa si ella se da su lugar.
10. Le enseñé a verlas como NPCs
Cada que las bullies hablaban, le decía: “Ni les respondas, son diálogos genéricos de videojuego. No tienen historia, solo ruido”. Y funcionó. Las veía y se le notaba en la cara que ya no le afectaban. Las invalidamos con estilo.
11. La llevé al gym… pero no pa’ bajar de peso, sino pa’ subir autoestima
Le dije: “tú no vienes a sudar, tú vienes a verte en los espejos como si fueras la villana de la serie”. Y así fue. Cada sentadilla era una cachetada mental para las bullies. Y cada vez que se veía, decía: “¿cómo es que dudé de mi?”. Mente fuerte, pompa firme, ego sano.
12. La llevé a una cita al dermatólogo
Porque una piel bonita no borra el dolor, pero sí lo suaviza. Le recordé que cuidarse no es superficial, es resistencia. Que cada mascarilla es un escudo y cada limpieza facial, un acto político. Las bullies que se burlaban de su acné ya no sabían ni por dónde atacarla.
13. Café con chisme + red flags
Fuimos a su cafetería favorita y le hice un ejercicio: escribir todo lo que no quería volver a permitir. De fondo, Taylor Swift. De postre, pastel de tres leches con lágrimas no lloradas. Porque a veces el crecimiento personal empieza con una libreta y un latte.
No hicimos magia. Solo le recordé que las chicas que se burlan de otras, no brillan… parpadean.
Y que para aplastar a una flor, hay que sentir mucha envidia de lo bonito.
Ahora mi amiga no se calla. Y las otras… ya no hablan.